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martes, 23 de octubre de 2012

EL MÉXICO DEL PASADO, ESPEJO DEL MUNDO...


José López Portillo
El mundo parece estar siempre condenado a repetir sus mismos errores, desde guerras hasta grandes crisis económicas que pudieran haberse evitado. Todo esto, sin duda, es responsabilidad de los líderes que, casi siempre cegados por la aparente prosperidad de hoy, o por los deseos de posponer lo inevitable, conducen a grandes grupos que pueden llegar a ser países enteros, a enormes tragedias.

Las descomunales fuerzas que esos líderes suelen manejar, tanto políticas como económicas, monetarias y hasta militares, hacen que muchas veces las mejores acciones que se pueden emprender en contra de aquellas, para defenderse, sean las realizadas a escala individual y de manera discreta. 

Por supuesto, esto no significa que no se deban hacer manifestaciones públicas de rechazo a las malas políticas. Todo lo contrario. Sin embargo, se debe tener muy en cuenta que con frecuencia, los gobernantes suelen reprimir u ocultar esas expresiones hasta que son incontenibles. Para entonces, ya es demasiado tarde para cualquier acción preventiva, y el pánico, hace su aparición.

En este sentido, México no ha sido la excepción, y por tanto, ha pasado a lo largo de su vida independiente por varios de estos episodios críticos. De ahí que sus vivencias del pasado puedan servir para otros, como uno de los muchos ejemplos de lo que no se debe hacer.

En 2012 estamos justo a 30 años de haber vivido la segunda de lo que más tarde, se convertiría en una senda de crisis recurrentes, que coincidirían casi con exactitud con los cambios de gobierno cada seis años. 

La famosa crisis de 1982, fue la culminación de un proceso en el que no solo en México, sino en todo el planeta, se cometieron errores que comenzaron en la década anterior, partiendo del abandono oficial de lo que quedaba del patrón oro en 1971.


El presidente mexicano de ese tiempo, Luis Echeverría (1970-1976), hizo algo que hoy en día nos parece muy familiar, por ser la misma receta que gobiernos y bancos centrales de todas partes del orbe, al estilo de Obama y de la Fed, están aplicando: elevar el déficit fiscal y financiarlo con impresión fresca de divisas (pesos). México no se supo adaptar a una nueva realidad en la que las divisas fíat, que pueden ser creadas de la nada, sedujeron con la esperanza de riqueza pronta y sin esfuerzos.

Desde luego, llegaron las consecuencias inflacionarias que, sumadas a un tipo de cambio fijo y una escasa competitividad de las empresas, incrementaron las importaciones y el desbalance comercial.

Se tomó la decisión política de evitar a toda costa la devaluación del peso, para lo cual se cerró más la economía con aranceles y se financió el déficit comercial con más deuda externa. Es decir, se cavó cada día más profundo el agujero en que nos encontrábamos. 

En 1976 la bomba estalló y se tuvo que devaluar el peso de todos modos. De un día para otro el tipo de cambio saltó de 12.50 a 20.50 pesos por dólar.

El presidente que sucedió a Echeverría, José López Portillo (1976-1982), aprovechó el “boom” de los precios del petróleo de entonces para construir la plataforma explotadora de crudo del país, pero con la misma estrategia del endeudamiento que subió a más del doble (de 20 a 50 mil millones de dólares). Fueron momentos de un auge artificial en el que la economía seguía en extremo cerrada.

Nuestro vecino, Estados Unidos, comenzó en serio una lucha por abatir su inflación afectada por los altos precios del “oro negro”, y al elevar sus tasas de interés nos arrastró a una todavía mayor deuda que se hacía impagable, pues además, el ciclo alcista del petróleo estaba terminando y solo faltaba la caída. 

La devaluación en este período también fue crítica, pues López Portillo asumió el poder con un tipo de cambio de 21.25 pesos por dólar, y llegó a subir en 1982 hasta $149.25. Una aplastante pérdida de valor que significó, una debacle en el poder adquisitivo de la gran mayoría de los mexicanos.

Muy pocos fueron los que lograron proteger su patrimonio en cada crisis, ya sea por estar informados o por tener contactos con altos funcionarios del gobierno que les anticipaban las devaluaciones.

Hoy que vivimos una nueva era de información, la situación será distinta, pues gracias a ella serán muchos más los que lograrán salvar su riqueza personal a tiempo, de una crisis que no será exclusiva de un país, sino de todo un sistema monetario global.

El fin de esa época de grandes excesos en el gasto, consumo y deuda está llegando, y como desde el inicio de los tiempos, lo básico y elemental vencerá a lo “sofisticado” y moderno. Un mensaje que Estados Unidos y Europa deberían entender: más déficits, “rescates” (bailouts) y rondas de impresión de divisas (Quantitative Easing) solo empeorarán las cosas.

Como de antemano sabemos que sus políticas no cambiarán, habrá entonces que emprender las medidas individuales y discretas de las que escribíamos en un principio. Para decirlo de otra manera, es necesario buscar protección financiera en activos reales como el oro y la plata, que habrán de demostrar una vez más que no son “reliquias barbáricas”, sino los refugios monetarios por excelencia.


(Lee la continuación: México 1994, la crisis que no se olvida y que mucho enseña)

Twitter: @memobarba

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